Por Olga Montero Rose
La madre ha muerto. Ha muerto súbitamente. La madre había anticipado a sus hijas que quería morir de esa manera…
“para que en su ausencia por fin se descubriera todo lo que había callado y callado”. (p. 9)
Las hijas encuentran un Baúl Rojo con documentos, cartas y fotografías. La madre ha dejado a las hijas en herencia la historia de su pasado.
El baúl contiene todo lo callado, lo que no se pudo decir, ni gritar, ni cambiar.
No puede haber un comienzo más sugerente para una psicoanalista.
Freud nos enseñó que el pasado y lo desconocido tiene vigencia y eficacia en nuestro presente. Solo volviendo a él, enfrentándolo y desentrañándolo es que podremos liberarnos de su repetición. Solo volviendo a él podremos repararlo y así crear para nosotros una historia nueva.
Y ese recorrido hacia nuestro pasado es a lo que nos enfrenta “La voluntad del Molle”.
“La voluntad del molle” nos encara con un pasado común, que nos involucra y nos define. Una historia de racismo, discriminación y de violencia.
“- ¿Acaso hay ángeles con cara de cholo? -me espetó-. Los angelitos siempre son blanquitos, como yo.” (p176)
Una historia de personas que por su poder disponen de la vida de los otros.
Donde está normalizado el ejercicio del desprecio y la disposición del otro a conveniencia.
Un círculo de horror donde “humanos” y “protohumanos” (ambas palabras en comillas) perpetuamos la violencia que genera la ausencia de reconocimiento.
“Empecé a preguntarme cuántos parientes consanguíneos habían sido desaparecidos, cuántos más habrían vivido bajo las sombras. (…)
… desde tiempos remotos se emplazaban dos mundos, el de los visibles y el de los invisibilizados”. (p216)
Una historia cargada del ejercicio de lo que en psicoanálisis se conoce como “Narcisismo Maligno”. Vínculos perversos donde el otro no es reconocido como humano. Donde el otro, despojado de su subjetividad, es utilizable, despreciable, descartable. Y se ejerce la agresión y las consecuencias que ella trae no son reconocidas por aquellos que la causaron. No hay reflexión y menos aún, propuestas de reparación. Aquel otro, si reacciona, es nuevamente negado. Doblemente desconocido. Y surgen todas aquellas etiquetas de descalificación que conocemos tanto (“Resentidos”, “Terroristas”). Etiquetas que están destinadas, nuevamente, a perpetuar la discriminación.
Las hijas, capítulo a capítulo, enfrentan los nuevos contenidos del baúl rojo. Contenidos, que como venimos viendo e intuyendo, no son muy diferentes a nuestra historia hoy en día.
¿Es acaso ese pasado muy distinto a nuestro presente?
Freud en sus reflexiones acerca de las causas de la guerra, nos habla de la necesidad de una identidad común como requisito para postergar nuestras pulsiones agresivas.
Que lejos parecemos estar de esa identidad común; en este Perú escindido, el de esos dos mundos mencionados por Karina Pacheco.
Es imposible no recordar en este momento aquella terrible frase: “Puno no es el Perú”.
La revelación de ese baúl nos enfrenta a la constatación de que seguimos escribiendo nuestra historia con los mismos ingredientes.
Es indispensable por ello la reedición de nuestra historia, así como lo es la reedición de esta primera novela de Karina Pacheco Medrano.
Hay una propuesta en sus páginas que no debemos pasar por alto.
Las hijas enfrentadas al horror de su historia no caen en la tentación de culpabilizar, de hacer deslindes, de saberse diferentes, de poner en al afuera toda la responsabilidad. La negación como recurso defensivo no es el que ellas utilizan.
“Aquella lectura había devuelto a mi memoria la figura del horror, incluso intensificado. Tantos años más tarde, también trajo el cuestionamiento de mi manera de sobrepasarlo mientras estaba teniendo lugar”.
“Muy pocos se atrevían a protestar por víctimas ajenas. Yo no fui una excepción. ¿Era por miedo? ¿o era, sobre todo por indiferencia?” p157
Karina Pacheco, logra con este libro, que nos hagamos nuevamente esas preguntas. Nuestro trabajo no se limita al conocimiento de nuestra historia, sino que, a partir de ello, surjan reflexiones acerca de nuestra responsabilidad y de nuestra capacidad de transformación.
“Los tiros en la nuca, el estallido de coches bomba, la continua aparición de fosas comunes (…) se convirtieron en parte natural del paisaje nacional. (…) pero intentábamos mirar a otro lado, creyendo que eso era imprescindible si pretendíamos vivir una vida buena”. (pp224, 225)
¿Es que seguiremos eligiendo “mirar hacia otro lado”?
¿Es que es sostenible, en base a esa negación, “vivir una vida buena”?
Que preguntas tan grandes, nos dejas, querida Karina.
Max Hernández, psicoanalista y compatriota nuestro, realizó hace un tiempo una encuesta sobre el racismo.
Dicha encuesta tenía tan solo dos preguntas:
La primera pregunta era ¿Considera Ud. que el Perú es un país racista? El 95% de los encuestados contestó que sí.
La segunda pregunta era: ¿Es usted racista? El 95 % de los encuestados contestó que no.
Esto es evidentemente un serio problema. Si no revisamos nuestros baúles y los dejamos con candados para el futuro, perpetuamos un problema que nos corresponde a nosotros, y con urgencia, reparar.
Vivimos en una tensión permanente sintiendo que la violencia viene de fuera. Sentimos que la violencia viene de la mano de aquel otro al que no reconocemos como semejante. Y negamos y somos ciegos ante el ejercicio de nuestra propia violencia.
La esperanza solo puede surgir si dejamos de repetir la violencia de la que todos somos capaces.
Una acción transformadora solo será posible si reconocemos el daño causado. Si nos hacemos cargo de nuestra histórica herencia de injusticias.
Un diálogo eficiente solo puede darse a partir de un reconocimiento mutuo y la constatación de nuestra interdependencia. La interdependencia de compartir un país común y diverso del cual todos formamos parte. Solo así será posible construir aquella Identidad común a la que Freud apela y que nos viene siendo, desde hace dos siglos, tan esquiva.
Para esta posible transformación debemos afrontar el rechazo y la violencia que ejercemos hacia el otro. Ese sería el primer paso necesario para dar lugar al respeto y al reconocimiento.
Hoy se reedita “La voluntad del molle” un libro escrito en el 2006, 15 años antes de la publicación del entrañable “Año del viento”. Libros que dialogan y lloran con dolores similares. Libros actuales, necesarios, imprescindibles.
Y es que Nena y Nina nos siguen interpelando.
La ficción magistral de Karina Pacheco nos lleva desprevenidos e indefensos hacia realidades que usualmente queremos evadir. Sus historias nos envuelven y de la mano de sus personajes, la evitación y la huida ya no son posibles.
El baúl nos espera capítulo a capítulo. Acompañamos a los personajes en su travesía y como ellas y con ellas, nos sorprendemos, nos indignamos, sufrimos y las acompañamos. Karina Pacheco, logra como siempre, cautivarnos y atraparnos. Sus páginas, nos pueblan de paisajes, de poesía, de vínculos de amor entrañables, todo ello entrelazado con la tristeza, el dolor y la injusticia.
Los personajes crecen y se transforman, lo mismo nos pasa a los lectores.
Los personajes reciben una herencia de la que van a hacerse cargo. Dependerá de nosotros, seguir su ejemplo.
“Tuvo que llegar ese momento para que me diera cuenta de qué manera insondable ese desencuentro que yo había elegido me impedía la comunicación con una de las pocas personas, quizás la única, que podría explicarme de dónde venía yo, quién era yo.” (p172)
¿Quién era yo? ¿Quiénes somos? Preguntas que nos remiten a la consciencia de una Identidad que tantas veces negamos y rechazamos.
¿Es que acaso no tenemos insumos para crear esa Identidad común, que Freud nos propone como ideal de paz?
Es urgente gestionar insumos que superen el dolor y el desencuentro. Y sobre este tema, Karina Pacheco nos deja otra pista fundamental. Porque de lo que se trata, también, es de voluntad.
La voluntad de romper nuestros propios candados, de revisar los baúles pendientes y hacernos cargo del pasado del que somos parte. Y así dejar una mejor herencia a nuestros hijos.
La voluntad de abonar ese Molle con insumos de paz y no de muerte.
Gran tarea la que tenemos pendiente.
La lectura de “La voluntad del Molle” es definitivamente un gran comienzo.