Por Olga Montero Rose
Cuando recibí la invitación a participar en este conversatorio, acepté inmediatamente. No revise mi agenda, ni mis pendientes. Y no precisamente porque sintiera que sé sobre el tema y me sintiera con ganas de compartir algún aporte. Más bien todo lo contrario. Pero es que desde, hace mucho, me encantan los cuadros de Ramiro Llona. Entendí que era una oportunidad de acercarme, de conocer y de aprender. Y cuando Drusila me dijo que mi iba a presentar previamente a Ramiro, confirmé que había tomado una buena decisión.
Soy Psicoanalista mucho más cercana a las letras que a las artes plásticas.
Mi relación con la pintura es meramente vivencial y se remonta a mi infancia. (Como todo, acotarían los psicoanalistas)
A mi papá le gustaban los cuadros, e invertía algunas de sus gratificaciones en ellos. Crecí en mi casa de infancia mirando diariamente los óleos del comedor y de la sala. Ellos me siguen acompañando en mi casa actual.
El más grande de los cuadros, nunca tan grande como los de Ramiro, ocupaba toda una pared. En mi niñez entendí que era un cuadro abstracto. Era un cuadro con movimiento, una combinación de trazos coloridos. Me gustaba mucho. Cuando crecí, un día, casi como una revelación descubrí en el cuadro a cuatro bailarines. Ahí estaban: Dos parejas bailando. Había estado por años ese cuadro frente a mí, hasta que, por alguna razón, un día fui capaz de verlos. Esta experiencia, se puso más sorprendente aún, cuando hace algún tiempo, a mi hija menor, le pasó exactamente lo mismo. Un día los pudo ver. Un día los bailarines se hicieron visibles.
Había otro cuadro, que yo definía en mi infancia, como el pez verde. Eran, entendía yo, figuras geométricas, que configuraban la imagen de un pez. Como las piezas de un rompecabezas particular. Mis padres lo consideraban un cuadro abstracto, para mí claramente era un pez, y hace poco, mi misma hija me dijo que evidentemente el cuadro era un paisaje de Machu Pichu.
La última anécdota, se refiere a un cuadro hermoso de una mujer. El óleo tiene volumen y parece salpicar pintura. Siempre pensé que era el retrato de mi mamá, hasta que crecí y entendí que no. Mi hija, cuando era niña, me preguntó un día cuánto tiempo se había tardado el pintor en pintarme.
Esas tres experiencias, son mis vivencias principales con las artes plásticas.
Les cuento ahora, lo que aprendí del arte a partir de los cuadros de Ramiro, y cómo he ido asociando al psicoanálisis, con la experiencia creativa y el vínculo entre la Obra y el espectador.
Llegue al MAC hace unos sábados. Eduardo Tokeshi conversaba con Ramiro Llona. Eduardo iba acompañado de sus alumnos de la católica y yo participaría de la visita guiada por Ramiro. Siempre me he sabido muy afortunada. Volví a confirmarlo.
Eduardo me cuenta que luego de ver la muestra de Ramiro tuvo ganas de ir a su taller a explorar y a ponerse a pintar.
–El arte inspira más arte– me dice Eduardo
–El arte surge del arte –complementa Ramiro.
Entramos por la zona donde se encuentra el video en el cual Ramiro explica su proceso creativo.
Vemos ahí el taller donde ocurre la magia. Miles de tubos de pintura que Ramiro sabrá escoger. Una cocina donde prepara la pócima de la que surgirá el hechizo.
Sus hijos danzan frente a la pintura.
Un lugar diseñado por el pintor para que el cuadro se vea desde cualquier lugar en el que uno esté.
El sillón de Ramiro frente al lienzo. Ramiro mira. Mira. Espera a ver lo que el lienzo tiene para decirle.
El pintor cuenta que se enfrenta al lienzo sin ninguna intención, sin bocetos, sin nada establecido.
Recuerdo mis clases de técnica psicoanalítica, escuchar sin memoria y sin deseo. Dejar flotante la teoría aprendida. Escuchar sin elegir. Esperar a que el inconsciente del paciente aparezca.
Ramiro mira, el psicoanalista escucha. Ambos esperan lo que el lienzo o el paciente tienen para decirle.
El pintor escoge un color primigenio con el que cubre la tela. Sobre ella surgirá el contenido.
Surge el trazo, como surge la intervención del analista. Ese trazo, esa propuesta, transforman el espacio. Algo nuevo surge. Ya nada será lo mismo.
El diálogo se establece.
Entramos luego a la inmensa sala donde nos reciben los cuadros.
Le consulto a Ramiro si le molesta que le tome algunas fotos. Él Me contesta: “Siéntete en tu casa y con tu mejor amigo”.
Acepto la invitación agradecida.
Imágenes. Colores. Enormes cuadros que asemejan puertas que me invitan a pasar.
Una de las razones por los que me atraen los cuadros de Ramiro es por su formato enorme. Es como si pudiera entrar en ellos. Verlos desde lejos, verlos de cerca, fantasear que los veo desde dentro.
“Los formatos enormes son un terreno ideal para la aventura” Dice Ramiro Llona. Acepto aventurarme
Las imágenes son previas a las palabras.
Los bebes antes de pensamientos tienen imágenes.
Por eso soñamos en imágenes. Y el “trabajo del sueño” como lo describe Freud (1900) consiste en traducir las imágenes en palabras. Y es con ese relato del sueño con lo que trabaja el psicoanalista.
El que tiene la clave del sentido del sueño será únicamente el soñador, nos enseña Freud. Es el paciente con sus asociaciones, el que realiza la interpretación.
Ramiro Llona dice: “Lo que yo quiero decir, si es que tuviera esa intención, no tiene nada que ver con lo que siente el otro. Si no fuera así,
el mundo sería muy aburrido”.
El cuadro y el espectador tendrán una experiencia única e irrepetible. Lo mismo ocurre en el encuentro analítico. No hay un proceso parecido al otro. Ambas experiencias subjetivas, son únicas.
Los cuadros de Ramiro, llenos de color, sugieren formas, personajes por definir, profundidades y espacios. Son el espacio privilegiado para la proyección de contenidos propios, personales. Son una invitación al lugar de esa zona de la psique previa a la palabra.
Ramiro hace referencia a un “espacio mental” en el que se ubica para crear.
Un espacio donde él concibe que se encuentran todas las vivencias de una persona.
“Los humanos tenemos muchas capas” dice el pintor. “La habilidad del artista es saber hasta dónde entrar para encontrar lo que quiere. A veces está ahí no más otras veces lo encontraremos en las profundidades”.
Podría también estar hablando de un psicoanálisis.
Me interesó mucho esa concepción de aquel “estado mental” al que se refiere Ramiro, Ese estado mental en el cual se ubica para pintar.
Recuerdo un texto de Freud. “Los dos principios del funcionamiento mental”. (1911/1912).
El psicoanálisis toma como punto de partida los procesos anímicos inconscientes. Ahí funcionamos en un proceso primario, que al inicio de la vida fue el único. En el inconsciente se encuentran nuestras pulsiones buscando ser satisfechas. Es el espacio del deseo, dónde no existe el tiempo ni la contradicción. Es el espacio regido por el “principio del placer.”
El bebé necesita satisfacerse para no morir. Si el pecho no llega surge la alucinación. Surge la representación de aquello que desea. Surge la imagen previa a la palabra. Pero esta imagen no basta para satisfacerlo. Es así como deberá contactarse con la realidad. Ese contacto necesario para la supervivencia nos fuerza a representar las circunstancias reales y tender a su modificación real. Surge un nuevo principio de la actividad psíquica: El “principio de realidad”.
El aparato mental tiene que transformarse.
Se desarrollan los procesos cognitivos que nos permiten manejarnos en el mundo real. Surge la conciencia, la atención, la memoria, el pensamiento, el juicio y finalmente, la acción motora.
Y estos dos principios, el del placer y el de la realidad, aparentemente irreconciliables, conviven.
El principio del placer no sucumbe al principio de la realidad. Permanece. Y una de las funciones del principio de realidad, es satisfacer el principio del placer, pero de manera segura.
Esta imagen de aparato psíquico seguirá siendo perfeccionada por Freud durante toda su Obra.
El punto fundamental por la que menciono este texto es porque Freud plantea que “el arte consigue conciliar ambos principios”.
El artista, dirá Freud, es un hombre que se aparta de la realidad pues no se resigna a la renuncia que la realidad le impone al conocimiento y satisfacción de las pulsiones.
El artista encuentra el camino de retorno de su mundo interno a la realidad y viceversa.
Y es, a partir de sus dones, sigue diciendo Freud, que constituye una nueva especie de realidad, admitida por los demás como imágenes valiosas de la misma.
El artista es capaz de crear una nueva realidad.
Ramiro recuerda a su maestro Adolfo Winternitz. Este pensaba que los artistas funcionaban como una especie de canal que conectaba con lo espiritual.
Me pregunto, sin discrepar de su intervención de la experiencia espiritual, me pregunto si ese canal no está relacionado también a ese “estado mental” mencionado por Ramiro Llona.
Ese estado que permite que el inconsciente surja y se revele.
Como ocurre en la sesión de análisis.
Ramiro mira, el analista escucha, en pro de lo mismo. Acceder al espacio mental donde todo existe, y desde donde el arte surge.
Y en el encuentro con el espectador la imagen inspirará sus propias sensaciones, evocaciones, fantasías e historias. No hay más posibilidad que la subjetividad. Por eso ninguna interpretación o narrativa será la misma.
No se trata, dirá el pintor, de representar la fantasía o un aspecto de la realidad. Lo importante es la pintura en sí. Abrir nuevas maneras para mirar y redescubrir lo real. La Obra de arte depende menos de aquello que se pinta. El arte es la forma en que la pintura resuelve el motivo.
Lo cito: “El motivo es un pretexto para que la pintura suceda”. Persigue esa “verdad” que se revela a lo largo del proceso pictórico.
Quiero subrayar la importancia que da Ramiro a la noción de proceso.
Sigo escuchando a Ramiro con los alumnos de la escuela de Artes.
Les cuenta de su primera experiencia con el dibujo. En el taller de Cristina Gálvez. Un papel en blanco, un carboncillo y un modelo. Entendió entonces que nunca dejaría de pintar. Encontró que ese lugar era “El buen lugar”.
Recuerda entonces también las “Cartas a un joven poeta” de Rainer María Rilke: “Sabrás que eres un poeta el día que sientas que si no escribes, te mueres”.
Les habla de su relación con el lienzo. La mirada primera. El primer trazo surge de la urgencia.
¿Cómo se solucionan esas urgencias?
La pintura estructura las ideas, tiene contenido, crea significado.
Cada decisión que se ejecuta en el lienzo define y a la vez limita.
No hay errores. Todo añade, todo aporta. El cuadro mismo delata su propio proceso, grafica cómo es que ha sido hecho.
El arte crea identidad.
Ramiro Llona les habla de cómo cuida el no repetirse. Les cuenta de las influencias de su época. El tener un estilo, un compromiso, un lugar político. Ramiro quiere sacudirse de eso. Busca la autenticidad de lo propio. Finalmente, es inevitable que aparezca lo que uno es. Y el propósito del arte es que esa identidad, eso propio, aparezca. Si uno trabaja, el arte sucede.
Eduardo Tokeshi le pregunta cuál es el momento en el que el cuadro está terminado.
Ramiro le contesta: llega el momento en que, al mirarlo, el cuadro ya no me dice nada nuevo. Ese es el día en que está listo.
Recuerdo el texto de Freud, ¿el análisis es terminable o interminable? Freud recomienda a los psicoanalistas retomar un análisis cada cinco años. Siempre hay temas que surgirán.
Un alumno le pregunta al pintor: ¿Alguna vez decidió o sintió la necesidad de dejar de pintar? Él le responde que no y le recuerda a Picasso: “el cuadro más importante es el que está por venir”.
En ese momento Ramiro señala el cuadro amarillo, aquel que cierra la exposición. Explica a los alumnos el contenido del cuadro. Les dice que en él hizo cosas que nunca había hecho antes. En ese cuadro encuentra lo nuevo, lo que vendrá.
Su arte, es interminable.
Volverá siempre a ese lugar mental, volverá siempre a ese buen lugar.
Vuelvo a la escucha “libre y flotante” del analista. Una escucha libre de contenidos, de juicios, de intenciones, de deseos. Un escucha que no escoge que escuchar, una escucha que pretende recibir todo aquello que surge del otro. Esa escucha es también “un estado mental”.
Ramiro les cuenta que busca siempre lo nuevo. No quiere repetirse.
Recuerdo a mis pacientes diciéndome: ya no quiero hablarte siempre de lo mismo. Y yo les digo: nunca es lo mismo, siempre hay una transformación.
Ramiro sigue hablando: El arte soluciona nuestros desencuentros.
Siempre hay un lienzo nuevo que espera.
Siempre hay una nueva sesión y en todas, me sorprendo.
Ramiro les hace saber a los jóvenes pintores que hacer arte es posible. Los alienta a seguir.
La charla se termina con un aplauso en conjunto. Los alumnos se acercan a los cuadros y al pintor. Los espectadores del museo buscan tomarse fotos con él. Una niña se le acerca y le dice que le gustan mucho sus pinturas. Ramiro le dice: escoge cuál es tu favorita y llévatela aquí. Ramiro señala la frente de la niña.
¿Cuál es la similitud entre el arte y el psicoanálisis?
Ambos son un intercambio. Un intercambio íntimo del cual surge algo nuevo.
Vuelvo al museo el siguiente sábado por esa experiencia.
Esta vez entro a la sala de los cuadros a color. Los observo de lejos, los observo de cerca.
De cerca veo los detalles, parciales, sin integrar necesariamente todo el cuadro. Muchas veces no entiendo y no importa. Si busco entender me pierdo de mirar, me pierdo de sentir. Igual que al ser psicoanalista. No se trata de buscar entender. Se trata de que el sentido surja.
No lo fuerzo, lo dejo ser. Disfruto la exploración, como el pintor disfruta el proceso.
En algunos cuadros busco el color del primer imprimado. Veo las capas que se superponen. Como nuestra mente, ante las vivencias que se suman. El origen siempre está. Permanece.
Hay un juego diferente en cada cuadro. ¿Qué clave hay en el círculo puesto sobre aquella garra? Me pregunto en uno de ellos ¿Es un abrazo lo que veo? Me alejo y me acerco para confirmarlo. Lo es. A veces logro la integración de una historia, otras veces no. Como en las sesiones. En algunas surge el sentido; en otras no se encuentra, pero aquella sesión es indispensable para que surja el sentido en alguna sesión futura.
Esa misma experiencia la encuentro en un relato de Ramiro. Una vez finalizó un cuadro del que no se sentía conforme. Lo vio luego de unos años y entendió que el cuadro ya estaba terminado. El cuadro se le había adelantado. Él recién entonces tuvo la capacidad para entenderlo. Tal vez como mis bailarines de aquel cuadro, que me esperaron hasta que estuve lista para descubrirlos.
Me recuerdo niña y lo soy frente a los lienzos de Ramiro.
Busco mi favorito.
Sus colores me llaman.
Entro al lienzo por el centro. Soy el personaje central. Encuentro ahí a mis tres hijos. Están al lado mío. Son grandes ya, conversan, comparten. Puedo sentir la intimidad entre ellos. Al otro lado del lienzo, unas escaleras, un horizonte nuevo, que quiero explorar. Los colores intensos de mis tres hijos me cuentan de su vitalidad y me alegra. Y, a su vez contrastan, con el camino de colores más sobrios, más de tierra, que me toca recorrer.
Me imagino entonces que los chicos me van a preguntar cuál representa a cuál.
Me rio sola.
Declaro rotundamente aquel cuadro como mi favorito. Soy la equilibrista. En equilibrio con mis hijos y con el devenir.
Me voy del museo con mi cuadro. Tanto en la mente como en el corazón.
Me fui del museo sabiendo de un buen lugar, y de un amigo con el que me quiero reencontrar.
¡Gracias Ramiro!
Gracias a Ustedes.